Parroquia
San Miguel Arcángel
Rosario, 1 de marzo de 2022
Queridos fieles y comunidades:
1.- La primera verdad
Cristo ha sido enviado por el Padre para que por medio de la cruz y la resurrección nos librara del pecado y de la muerte eterna. Nos dice San Pablo: “Es cierta y digna de ser aceptada por toda esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo” (1Tim 1,15). Y el punto de partida para el rescate salvador de nuestra vida, es la conciencia de ser pecadores, es la conciencia del pecado. Sin esta conciencia Cristo se hace superfluo para nuestra vida. Solo sobre este fondo podemos tener una relación verdadera con Dios, con los demás, con las cosas y con nosotros mismos. Partir de otra conciencia es un autoengaño. El salmo 50 nos dice: “Mira que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”. Tal es así que la Iglesia en su Liturgia (que es pedagoga de la fe) al iniciar cada Misa nos hace repetir: “Yo confieso ante Dios todo poderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho”; Señor, ten piedad, Cristo, ten piedad.
2.- Del pecado a la conversión
La conversión es reconocerlo a Cristo. Es volver la mirada hacia Él. Es el primer cambio, y más decisivo en el camino de la vida. En esta Cuaresma, que es camino de conversión, los invito a tener presente el encuentro de Jesús con Pedro después de la resurrección, cuando el Señor le pregunta por tres veces si lo ama. Es conmovedora la respuesta de Pedro: sí Señor, Tú sabes que te amo.”. Esto no implicó que Pedro no se equivocara más o no fallara más, pero sí que adhería lleno de amor a la persona de Jesús. La conversión es el recorrido desde la esperanza puesta en nuestra capacidad a la esperanza puesta únicamente en el hecho de Cristo vivo, de Cristo que vive en mí. En este camino de conversión los invito a que nos preguntemos algunas cuestiones esenciales: ¿En qué o en quién tengo puesta la esperanza de mi felicidad? ¿cuál es la orientación decisiva de mi vida? ¿Hacia dónde vuelan y finalizan mis pensamientos? Con Jesús nos podemos preguntar: ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida” (Mt 16,26). El tiempo de cuaresma es tiempo para rectificar el rumbo de nuestra existencia y orientarlo decididamente hacia Cristo.
El camino de la conversión es un camino hacia la paz. El pecado desordena la vida y hace perder la paz interior, la paz del corazón. La conversión, al dejar entrar a Cristo, introduce el orden entre mente y corazón, y como consecuencia la “tranquilidad”. En este tiempo en que la guerra a retornado trayendo el peligro de una conflagración mucho más grande, estamos llamados más que nunca a vivir este tiempo fuerte como camino a la paz: paz en el corazón, paz en la familia, paz en la sociedad, paz en el mundo.
3.- Ir al desierto
Así como Jesús se adentró cuarenta días en el desierto, llevado por el Espíritu, en este tiempo de gracia, estamos llamados a introducirnos en el desierto cuaresmal para arribar al florecer de la Pascua.
El desierto es lugar de silencio y soledad: necesitamos salir del ensordecedor ruido cotidiano, de las preocupaciones de la vida y en el silencio poder escuchar la voz de Dios, hacernos esas preguntas fundamentales, vivir un tiempo de oración, para descubrir más a fondo la voluntad de Dios.
El desierto es el lugar donde no hay alimentos, ni agua. Jesús al final de los cuarenta días “sintió hambre”. En este tiempo de cuaresma la Iglesia nos invita al ayuno, para que, vaciándonos de las cosas superfluas e innecesarias, hoy tan promovidas por el consumismo reinante, y del cual muchas veces somos dependientes, comencemos a sentir hambre de y sed de Dios, hambre y sed de justicia. ¡Estamos tan llenos de cosas que nos embotan el sentido espiritual y nos impiden un vínculo estrecho, amoroso con el Señor! Aprovechemos este tiempo valorando el privarnos de aquello que pone trabas en nuestro caminar hacia Dios, para ser más libres, más libres de todo y sólo apegados al Señor.
4.- La limosna.
Somos seres relacionales, fundamentalmente en dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo. Este tiempo fuerte es propicio para acrecentar el compartir nuestros bienes con los más necesitados, ya sean ellos bienes materiales o espirituales. Esta actitud nos abre al bien de nuestros hermanos, nos hace salir de nosotros mismos y nos libera del egoísmo, a su vez nos dispone para vivir una auténtica relación con Dios.
5.- Comunicar.
El don de ser hijos de Dios, recibido con el Sacramento del bautismo y consolidado con el Sacramento de la confirmación, no es para guardarlo. De allí que un índice de nuestra vitalidad cristiana se verifica en el ímpetu, en el ardor por “comunicar” el don recibido. El pecado de no comunicar es como dejar a Cristo solo gritando al mundo “heme aquí”. Cuaresma es también un tiempo para reavivar el espíritu misionero, el deseo ardiente de que otros conozcan y amen a Jesús, y encuentren en Él a su Salvador. En este tiempo de conversión los invito a formularse estas preguntas, como de un examen de conciencia misionero: Como bautizado o bautizada: ¿siento dentro de mí el deseo ardiente de llevar a Cristo a los demás? ¿Siento también que los demás me pueden comunicar a Cristo y ser yo también evangelizado? ¿procuro dar testimonio de la fe en los lugares donde me muevo?
6.- “Todo es de ustedes, ustedes de Cristo y Cristo de Dios” 1Cor 3,21-22
La creación entera que Dios nos regaló es parte fundamental de nuestro mundo de relaciones. Nos dice el Papa en Laudato Sí: “quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe». La cuaresma es también tiempo de conversión ecológica; se nos invita a revisar nuestra relación con las cosas, con la tierra, el aire, el agua, los demás seres vivientes. En el Génesis Dios nos regaló la tierra para “cultivarla y cuidarla”.
Este tiempo cuaresmal es favorable a un cambio de actitud frente a las cosas creadas, sabiendo que del buen uso de ellas y de su cuidado, también cuidamos a nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. El papa Francisco nos exhorta vivamente en la Encíclica Laudato Sí a esta conversión: “la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior” (217). “hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”. (217)
Queridos hermanos todos, este es el tiempo favorable, este es el tiempo de la conversión, y el tiempo de la misericordia. Cristo es el perdón, él nos hace nuevos a través de la penitencia, es decir de la conversión, y que tiene, como punto eficaz, el sacramento de la Confesión. Aprovechemos este tiempo de gracia para hacer una sincera confesión de los pecados y experimentemos el perdón y la paz que sólo Cristo nos puede dar. Adentrémonos en este camino cuaresmal con la firme esperanza de llegar a la Pascua, llenos de gozo espiritual.
Mons. Eduardo E. Martín
Arzobispo de Rosario