En la mañana del 14 de octubre de 1978, día que comenzaba el cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo I, Karol Wojtyla decide visitar el santuario de la “Madonna delle Grazzie”, en Mentorella, a unos 50 kilómetros al este de Roma, entre Palestrina y Tívoli. Es natural que, regido por una congregación religiosa polaca, dicho santuario tenga lazos que lo unen con su tierra natal, Polonia.

Cuando regresaba al Vaticano a primeras horas de la tarde para entrar en el cónclave, se descompuso el automóvil en el que viajaba.

Karol Wojtyla, reloj en mano y nervioso por no llegar a tiempo, no sabía qué hacer. Las dudas le duraron pocos minutos: se dirigió hacia una carretera cercana y se puso a pedir aventón.

Paró un autobús de línea que regresaba vacío de un viaje a la campiña romana, cuyo chofer, Cándido Nardi, lo llevó hasta la cercana localidad de Palestrina. Allí pudo tomar un automóvil y llegar al Vaticano con el tiempo justo para entrar en la Capilla Sixtina. Cuando llegó lo esperaban ya ciento diez cardenales… y el Espíritu Santo.

Dos días después, Cándido no podía dar crédito a sus ojos cuando veía por televisión que, el nuevo Papa, era justamente ese “sacerdote” que él había recogido en la ruta.