Parroquia
San Miguel Arcángel
Una anciana mujer observó con qué precisión, casi científica, se ponía a cantar su gallo, todos los días, justamente antes de que saliera el sol, llegando a la conclusión de que era el canto de su gallo el que hacía que el sol saliera.
Por eso, cuando se le murió el gallo, se apresuró a reemplazarlo por otro, no fuera a ser que a la mañana siguiente no saliera el astro rey.
Un día la anciana riñó con sus vecinos y se trasladó a vivir, con su hermana, a unas cuantas millas de la aldea.
Cuando, al día siguiente, el gallo se puso a cantar, y un poco más tarde comenzó a salir el sol por el horizonte, ella se reafirmó en lo que durante tanto tiempo había sabido: ahora, el sol salía donde ella estaba, mientras que la aldea quedaba a oscuras.
¡Ellos se lo habían buscado! Lo único que siempre le extrañó fue que sus antiguos vecinos no acudieran jamás a pedirle que regresara a la aldea con su gallo.
Pero ella lo atribuyó a la testarudez y estupidez de aquellos ignorantes.
Anthony de Melo
Los Documentos del Concilio Vaticano II, finalizan con una serie de mensajes a diversos destinatarios. Entre ellos, encontramos el Mensaje a los Intelectuales y Científicos, del cual transcribiremos algunas frases que nos pueden ayudar a reflexionar la relación que existe entre la fe y la ciencia y qué es lo que espera la Iglesia de los científicos.
“Un saludo especial para vosotros, los buscadores de la verdad, a vosotros los hombres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia; a todos vosotros, los peregrinos en marcha hacia la luz, y a todos aquellos que se han parado en el camino, fatigados y decepcionados por una vana búsqueda… No podemos dejar de encontrarnos. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca extraños a los nuestros… Nosotros somos los amigos de vuestra vocación de investigadores, los aliados de vuestras fatigas, los admiradores de vuestras conquistas; y, si es necesario, los consoladores de vuestros descorazonamientos y fracasos.
También para vosotros tenemos un mensaje, y es éste: continuad, continuad buscando, sin desesperar jamás de la verdad…
Pero no olvidéis: si pensar es una gran cosa, pensar ante todo es un deber, sobre todo para el que cierra voluntariamente los ojos a la luz. Pensar también es una responsabilidad…
Por eso, si turbar vuestros pasos, sin ofuscar vuestras miradas, queremos ofreceros la luz de nuestra lámpara misteriosa, la fe… Nunca, quizás, gracias a Dios ha aparecido tan clara como hoy la posibilidad de un profundo acuerdo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, sirvientes una y otra de la única verdad”.
El don de ciencia, nos permite juzgar correctamente las cosas creadas y conocer los misterios de la obra de Dios. Este conocimiento no se puede fundar únicamente en la experiencia, sino que estamos todos llamados a, de alguna manera, tratar de conocer los misterios del hombre y del universo.