Parroquia
San Miguel Arcángel
Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor.
La noche vieja ha quedado atrás. Hoy, María, como Madre de Dios y Madre nuestra, nos recibe en el primer día del año. ¿Seremos capaces de dejar atrás todo aquello que nos estorba para ser felices y fieles a Jesús?
Comencemos este nuevo año poniéndonos bajo la mirada de la Virgen. Además, en estas primeras horas de estos doce meses, pongamos en el pórtico de este año un deseo que es necesidad y urgencia en el mundo: LA PAZ.
Nuestra vida es un camino lleno de sinsabores y de consuelos de Dios. Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. Cada día es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras agradables a los ojos de Dios.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que lo amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno.
La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios. Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos vivido el año que termina. Si ha sido bien aprovechado, a pesar de la pandemia o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y con lo inesperado que nos ha traído este año que terminó.
Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios.
No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos.
No importa que de esta realidad que hoy nos toca vivir sólo percibamos ahora una parte muy pequeña. Demos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante el año.
Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verlo y lo dejamos pasar; a la vez, terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.
Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.
El año nuevo nos traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año bueno, para un cristiano, es aquel en el que unas y otras nos han servido para amar un poco más a Dios. Un año bueno para un cristiano no es aquel que viene cargado, en el supuesto de que fuera posible, de una felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos servido mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido un completo desastre. Puede ser, por ejemplo, un buen año este en el que apareció una grave enfermedad, latente y desconocida, y pensar si supimos santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a nuestro alrededor.
Cualquier año puede ser el mejor año si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene reservadas y que pueden convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios nos ha preparado todas las ayudas que necesitamos para que sea un buen año. No desperdiciemos ni un solo día. Y cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas ocasiones, a través del sacramento de la Penitencia.
Que tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor, una vez concluido, con las manos llenas de horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos, incontables muestras de caridad con quienes nos rodean, encuentros irrepetibles en la Comunión…
Hagamos el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de nuevo.
Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos concede.
Que Santa María Madre de Dios, la mujer que lo tuvo todo, nos ayude a entender que, con Dios, podremos tenerlo TODO en el presente año que ahora inauguramos. Sin Dios el hombre corre el riesgo de meterse en un túnel sin tiempo ni salida. Con Dios, y con la gracia y belleza de María, podemos encarar estos próximos meses no solamente con buenos deseos (que pueden ser un esperar sin fundamento alguno) y sí con el convencimiento de que Dios nos acompaña en la medida que somos capaces de luchar y de trabajar por la paz, la fraternidad y la felicidad en el mundo que nos toca vivir.
1.- Con ganas o sin ellas, hemos abandonado este año precedente (cargado de sin sabores y también de cosas buenas) y nos hemos asomado, con el mismo espíritu cristiano de Navidad, a la sombra de Belén. Como los pastores, tal vez sin tanta prisa como la que ellos demostraron, hemos descubierto a Aquella que nos ha traído el Amor de Dios a nuestra vista: Santa María Madre de Dios.
Es el mejor pórtico por donde entrar a esa gran sala, con 365 habitaciones que tiene cada año. Dejémonos abrazar por María y nos encontraremos cara a cara con Cristo. Sólo entonces, cada estancia o cada día serán un motivo para gozar, vivir, crecer o sufrir como cristianos.
Sigamos de cerca a la Madre y, bajo la estrella de su humildad, llegaremos a cumplir la voluntad de Dios. A no olvidar que, los errores del pasado, son en parte consecuencia de nuestra lejanía de Dios. De la tibieza de nuestra fe.
Consagremos este primer día del año a su protección y, con Ella, iremos caminando día tras día, semana tras semana o mes tras mes, con la sensación de que tenemos a una gran aliada de nuestra parte y con un objetivo: ser mejores hijos de Dios y, por lo tanto, ser excelentes hijos de María. ¿Lo intentamos? ¿Accedemos a este nuevo año a través de la mediación de la Madre de Dios?
2.- Conscientes de que la vida no se detiene, despedimos un año e irrumpimos en otro. Ha quedado atrás lo realizado (positivo o negativo) y ahora, en el presente, nos toca la acción. Es el momento en el que nos tenemos que interrogar: ¿En qué podemos optimizar? ¿Qué tenemos que dejar atrás con la última hoja del calendario arrancada del año que terminó?
3.- Santa María, Reina de la Paz, que seamos tus hijos allá donde nos encontremos en este nuevo año, artífices y promotores de una PAZ verdadera. No una paz disfrazada de guerras o de violencias subterráneas. Aquella Paz que, Jesús, nos trae en el portal de Belén y que está sustentada en la bondad de Dios.
Santa María, Madre de Dios, con aroma de fidelidad, Año Nuevo, con deseos de que, con Dios, todo vaya a mejor y la Paz, don y regalo de Dios a la humanidad en Jesús son tres gotas de frescura que golpean el suelo de este primer día del año.
Santa María, Madre de Dios, con aroma de fidelidad,
Año Nuevo, con deseos de que, con Dios, todo vaya a mejor
y la Paz, don y regalo de Dios a la humanidad en Jesús
son tres gotas de frescura que golpean el suelo de este primer día del año.
¡FELIZ AÑO NUEVO CON SANTA MARIA!
Debe estar conectado para enviar un comentario.