Parroquia
San Miguel Arcángel
Pronto vamos a celebrar la Semana Santa. Se trata del acontecimiento más grande que los cristianos celebramos en toda la Iglesia universal.
Para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo.
La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año; antiguamente se la llamaba “la Gran Semana”. Ahora se la llama Semana Santa o Semana Mayor. Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.
Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.
El domingo de ramos nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén en medio de una multitud que lo aclamó como el Mesías.
Las ceremonias principales del día son la bendición de las palmas, la procesión, la Misa y la lectura del relato de la Pasión. Además, se entrecruzan dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la de Jerusalén y la de Roma.
El Evangelio de San Mateo narra que la gente alfombraba el camino por el que pasaría Cristo y gritaba: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto”. Los fieles que participan en la procesión, tradición que data del siglo IV en Jerusalén, deben llevar en las manos ramos de palma u olivos. Los sacerdotes y los ministros, llevando también ramos, deben marchar delante del pueblo. La bendición de los ramos y palmas tiene lugar antes de la procesión. También se debe instruir a los fieles que conserven en sus casas, junto a las cruces o cuadros religiosos, los ramos bendecidos como recuerdo de la victoria pascual del Señor Jesús.
La segunda tradición litúrgica es la de Roma, la cual nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo, anticipando la proclamación del misterio.
Lo principal en todos los domingos del año es la celebración de la Resurrección del Señor; o sea, de la victoria de Cristo sobre la muerte, garantía de nuestra, resurrección.
La celebración del Domingo de Ramos es, en esencia, similar a la de cualquier celebración de la Misa dominical: ritos iniciales, liturgia de la Palabra, liturgia de la Eucaristía.
Pero el Domingo de Ramos presenta una particularidad que lo diferencia de otros domingos: La proclamación de la Pasión del Señor, como elemento más distinguido de la liturgia de la Palabra y la procesión de los ramos, como elemento más destacado de los ritos iniciales.
Proclamamos la Pasión del Señor:
La liturgia de la Palabra del Domingo de Ramos nos trae como elemento principal, la lectura del relato de la Pasión de uno de los Evangelios sinópticos. El relato de la Pasión nos recuerda que la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte nos ha sido dada a través de su entrega amorosa hasta dar la vida. Es una entrega fruto del amor, que lo ha hecho capaz de aceptar voluntariamente el sufrimiento y la muerte. La muerte de Jesús es el resultado de un modo de vida libremente asumido. Es fruto de su amor al Padre.
El color litúrgico morado, propio de la Cuaresma, se cambia este día por el rojo, como en las fiestas de los mártires, para recordarnos que la sangre Jesús se derrama por nuestra salvación. La lectura del Evangelio de la Pasión, si es posible, se proclama por tres lectores (un cronista, uno que presta voz a los diversos personajes que intervienen y otro que presta su voz al Señor, y que suele reservarse al sacerdote que preside).
Junto a la Plegaria Eucarística, la lectura de la Pasión es la parte más importante de la Misa del Domingo de Ramos. La procesión de entrada, con las palmas y los ramos, aunque resulte tan vistosa y afectiva, posee una importancia mucho menor.
La solemne procesión con que comenzamos la Santa Misa
Por medio de esta procesión nosotros conmemoramos la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén. Imitando a aquellos primeros discípulos, aclamamos al Señor, marchando en procesión con palmas y ramos en las manos, y entonando salmos en su honor.
No se trata de un hecho del pasado, que estamos recordando, sino que es HOY cuando aclamamos al Mesías Jesús que, a través de su muerte y resurrección, ha entrado triunfante, no ya en la Jerusalén terrena, sino en la Jerusalén del cielo, para sentarse a la derecha del Padre.
Jesús quiso entrar en Jerusalén como Rey Mesías. Pero, lo hizo en la forma que había profetizado Zacarías: no con prepotencia, montado en un carro de guerra y al frente de un ejército imponente, sino humildemente montado en un burrito, rodeado de personas que lo aclamaban agitando ramas de olivo.
Jesús no entraba en Jerusalén para luchar contra la dominación romana, sino contra el dominio del pecado y de la muerte.
Lo que tratamos de vivir el Domingo de Ramos:
¿Qué nos invita vivir la celebración del Domingo de Ramos?
• Mediante la procesión, se nos invita a alabar y bendecir al que ha venido en nombre del Señor, para traer su Reino a los hombres. ¡Y a abrir de par en par las puertas de nuestros corazones a Jesucristo! ¡A servir para que todos los pueblos y todos los corazones se abran para acoger al Mesías Salvador!
• En la lectura de la Pasión recordamos que el Reino de Dios que favorecemos no es como los reinos de este mundo: No se basa en el poder, sino en el amor; no impulsa a dominar, sino a servir; no anima a competir por los primeros puestos, sino a saber escoger los últimos, por amor; no se realiza sólo cuando se cosechan triunfos espectaculares, sino que el verdadero triunfo consiste en vivir una entrega humilde, servicial, callada y cotidiana.
• La plegaria y la comunión Eucarística nos invitan a asociarnos a la Pascua del Señor, uniendo nuestra entrega a la suya.
El Triduo Pascual de la Pasión y de la Resurrección del Señor comienza con la misa vespertina de la Cena del Señor, tiene su centro en la Vigilia Pascual y se cierra con las Vísperas del domingo de Resurrección. Durante los primeros siglos, todos estos momentos del Misterio Pascual se celebraban en una sola acción sagrada que era la Vigilia Pascual.
Desde el siglo IV, los peregrinos que iban a Jerusalén celebraban lo que había pasado cada día de estos y en los mismos lugares. El ejemplo de Jerusalén fue imitado en las demás Iglesias, dando un significado histórico a estos días y siguiendo los pasos del Señor. De todos modos, la unidad del Misterio Pascual no se puede romper y se hace presente en cada una de estas celebraciones.
Este día recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicio. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a aprehenderlo.
Se recuerda, este día, el supremo mandamiento del amor. Es el ‘Día del amor fraterno’.
Uno de los ritos propios de este día: El lavatorio de los pies.
Cada iglesia es en este día un gran cenáculo. Quienes son elegidos para el lavatorio de pies representan a los doce apóstoles y el sacerdote a Jesucristo, ejemplo de humildad y de servicio. Jesús pronuncia estas palabras la noche del Jueves Santo, después de la Cena, antes de morir en la cruz: cuando dice: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»
En este momento Cristo nos dejó un mandamiento nuevo: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. También celebramos que Cristo instituyó el sacerdocio y la Eucaristía, cuando partió el pan durante la última cena y les dijo a los apóstoles: “Hagan esto en memoria mía”.
En esa ocasión, Jesús revela a sus discípulos que va hacia el Padre. Este ir al Padre constituye el momento más importante de la salvación. Si seguimos a Jesús, iremos donde Él está.
Durante el Jueves Santo debemos aprovechar la oportunidad de reconciliarnos con el prójimo y de interiorizar esta enseñanza. Muchas personas acuden a la Misa de la Cena del Señor por un acto de fe. Más bien, lo que debemos hacer es acudir con un corazón dispuesto a encontrar el sentido del amor al prójimo.
Ese día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión.
El VIERNES SANTO, no se celebra la Eucaristía y ningún sacramento, a excepción de la Reconciliación y de la Unción de los Enfermos.
En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna.
Se resalta con una procesión el traslado de las formas consagradas hasta el Sagrario. Se abre así un tiempo de vigilia y oración ante el Santísimo en el que respondemos a las palabras de Jesús en el monte de los Olivos: “Velen y oren para no caer en la tentación”
¿Cómo podemos vivir este día?
Entre las actividades de este día están: – Este día manda la Iglesia guardar ayuno y abstinencia. – Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz. – Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción. Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.
La celebración litúrgica conmemora la Muerte del Señor, se realiza también la celebración de la Palabra que concluye con la adoración de la Cruz y con la Comunión Eucarística, consagradas el Jueves Santo.
El ‘Monumento’
El jueves Santo se reserva el Santísimo Sacramento en un lugar que se prepara en la iglesia, llamado “Monumento”, hasta el oficio del día siguiente, permitiendo a los fieles la adoración personal o comunitaria al Santísimo Sacramento durante horas o toda la noche, según las posibilidades de cada lugar. Acompañamos de esta forma al Señor en la soledad de su Pasión y le damos gracias porque ha querido permanecer sacramentalmente en medio de nosotros.
Con el tiempo, el rito de traslado solemne del Santísimo quedó incorporado a la liturgia del Jueves Santo. Terminada la Misa de la Cena del Señor, y encendidas las velas, comienza la procesión hacia el monumento, la que va precedida por una cruz alzada. Cirios e incienso acompañan la procesión, durante la cual se canta el Pangue Lingua (salvo las dos últimas estrofas). Al llegar al lugar de la reserva, el sacerdote coloca el copón y, poniendo de nuevo incienso en el incensario, lo inciensa arrodillado mientras se canta el Tantum ergo. Tras esto se encierra el copón en el sagrario. Después de unos momentos de adoración en silencio, el sacerdote y los demás ministros que lo asisten hacen una genuflexión para volver a la iglesia a desnudar el altar. Así concluyen los ritos del Jueves Santo, que han comenzado por la mañana con la solemne Misa crismal en torno al obispo diocesano.
A medianoche del Jueves Santo comienza el día de la Sagrada Pasión y Muerte del Señor, por lo que debe cesar, incluso en los signos externos, la adoración pública del Santísimo Sacramento. Los sacerdotes exhortan a los fieles, según las circunstancias y costumbres del lugar, a dedicar una parte de su tiempo, durante la noche del Jueves Santo, a la adoración delante de Jesús Sacramentado.
En la edad media se comenzó a llamar ‘monumentum’, palabra latina que significa ‘sepulcro’ al lugar donde se conservaba una sola forma consagrada para la comunión del sacerdote en la celebración del Viernes Santo. Ahora deberíamos ir olvidando este sentido fúnebre para valorar la inmensa gracia de la presencia eucarística, memorial permanente de la entrega sacrificial de Cristo, e iniciando también a los niños y jóvenes en esta práctica piadosa.
Hoy el sagrario está adornado con flores y luces, para enseñarnos la importancia de la presencia del Señor en el sagrario todos los días, donde se conserva para dar la comunión a los enfermos o a los que están en peligro de muerte y ser adorado con calma y silencio, en un diálogo con Él.
Celebración de la Pasión del Señor
Comienza con la liturgia de la palabra en la que se leen dos lecturas y la Pasión según san Juan, a la que sigue la homilía y la oración universal; concluye esta liturgia con la adoración de la Cruz y la comunión con la Eucaristía consagrada en la Misa de la Cena del Señor.
Un rito propio de este día: La adoración de la cruz.
Un altar sin manteles y el madero de la cruz sin la imagen de Cristo. En esta tarde, la desnudez del altar, símbolo de la de Jesús en el Calvario, y la austeridad de la ceremonia nos traslada al Gólgota.
Es un acto de profunda seriedad, pero alumbrado por la gloria del madero en el que estuvo clavada la salvación del mundo. El acto del Viernes Santo no es un funeral. La sencilla cruz de madera, sin la imagen del crucificado, que cruza la iglesia hasta el altar para allí ser adorada: el trofeo de la Pasión ante el que deberemos hacer genuflexión siempre que pasemos ante él, hasta que comience la Vigilia Pascual.
Se invita además a acompañar al final de la adoración de la cruz una pequeña conmemoración de la Virgen María, la Madre dolorosa, que estuvo a los pies de la Cruz.
Se recuerda el día que pasó entre la muerte y la Resurrección de Jesús. Es un día de luto y tristeza pues no tenemos a Jesús entre nosotros.
Durante este día, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor meditando su pasión y muerte, y aquel descenso al lugar de los muertos, en la que su alma se unió a las restantes almas de los justos del Antiguo Testamento y los redimió de su cautiverio. Con este abajamiento a lo más profundo de la muerte, el Señor inicia su victoria sobre la misma. Por la noche se lleva a cabo una vigilia pascual para celebrar la Resurrección de Jesús. Vigilia quiere decir “la tarde y noche anteriores a una fiesta.”. En esta celebración se acostumbra bendecir el agua y encender las velas en señal de la Resurrección de Cristo, la gran fiesta de los católicos.
La Vigilia Pascual que concluye con la Liturgia Eucarística y se acompaña a la Santísima Virgen María, que vela en soledad junto a la tumba de su amado Hijo.
Solemne Vigilia Pascual
El Misterio Pascual de Cristo crucificado, sepultado y resucitado, tiene en esta liturgia nocturna su celebración culminante.
Durante la Vigilia Pascual se realizan tres actos importantes que inician con la celebración del fuego en donde el sacerdote bendice el fuego y enciende el cirio pascual. En este acto se entona el Pregón Pascual que es un poema escrito cerca del año 300 que proclama que Jesús es el fuego nuevo.
La vigilia comienza en el exterior del templo con la liturgia de la luz y se ilumina la iglesia como signo de la resurrección del Señor.
Esta es una noche de vela en honor del Señor, como lo hizo el pueblo elegido desde el comienzo del Éxodo en Egipto. El Señor ‘pasó’ esa noche para liberar a los israelitas. Pascua significa ‘paso’. Es la misma noche que terminó con la aurora de la resurrección de Jesucristo. Los cristianos vamos de la noche al día, el Señor nos hace pasar de la muerte, a la vida que no termina.
Signos singulares: El fuego y el cirio pascual.
El cirio pascual es un símbolo de Jesucristo resucitado, que conserva las huellas de la pasión, como la cruz y las cinco marcas señaladas con granos de incienso que recuerdan las cinco heridas del crucificado. También se marcan en el cirio las letras griegas Alfa y Omega, que significan que Jesús es el Señor de esta Pascua y de todos los tiempos, del principio al fin. Como la columna de fuego que iba guiando a los israelitas en el desierto, así nos guía ahora Jesús y entra el primero en la iglesia, iluminándola con su luz.
La liturgia de la palabra proclama las maravillas de Dios en la historia de la salvación, desde la creación del mundo al Misterio Pascual de Jesucristo.
Se leen siete lecturas, desde la Creación hasta la Resurrección. En este momento, la lectura del libro del Éxodo es la más importante, porque narra el paso de los israelitas por el Mar Rojo cuando ellos huían de las tropas egipcias y fueron salvados por Dios.
Nos reunimos en torno a una hoguera, como los israelitas en los campamentos cuando iban hacia la tierra prometida. En la Pascua todo es nuevo, el fuego, el agua del Bautismo, los panes sin levadura…
De la misma manera recuerda que Dios esta noche nos salva por su Hijo.
Luego comienza la liturgia bautismal, con la renovación de las promesas que se hicieron en la iniciación cristiana. La Iglesia entera renueva sus promesas bautismales renunciando a Satanás a sus seducciones y a sus obras, se bendice el agua de la pila bautismal y se recita la letanía de los Santos que nos une en oración con la Iglesia militante y triunfante.
Luego la asamblea es invitada a la mesa que el Señor, por medio de su muerte y resurrección, ha preparado para su pueblo.
Es el día más importante y más alegre para todos nosotros, los católicos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida. Esto quiere decir que Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar al Cielo y vivir siempre felices en compañía de Dios. Pascua es el paso de la muerte a la vida.
Los cincuenta días que van desde este domingo de Resurrección hasta el de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un ‘gran domingo’, tal como lo proclama el himno israelita propio de estas fechas que los cristianos aplicamos al Misterio Pascual: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117, 24).
El pueblo judío celebraba la fiesta de pascua en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto, el día de la primera luna llena de primavera. Esta fecha la fijaban en base al año lunar y no al año solar de nuestro calendario moderno. Es por esta razón que cada año la Semana Santa cambia de día, pues se le hace coincidir con la luna llena.
En la fiesta de la Pascua, los judíos se reunían a comer cordero asado y ensaladas de hierbas amargas, recitar bendiciones y cantar salmos. Brindaban por la liberación de la esclavitud.
Jesús es el nuevo cordero pascual que nos trae la nueva liberación, del pecado y de la muerte.
El Viernes Santo es el viernes inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de primavera en el hemisferio norte (otoño en el Sur), y se calcula empleando el calendario lunar. Por ello, el Viernes Santo puede ser tan temprano como el 21 de marzo, o tan tarde como el 23 de abril.
– Tener un propósito concreto a seguir cada uno de los días de la Semana Santa
– Asistir en familia a las ceremonias propias de esta Semana Santa, porque debemos vivirlo comunitariamente. En situaciones como las que son de público conocimiento y que nos impiden participar de las celebraciones en forma comunitaria, te sugerimos hacerlo desde tu casa, en familia, siguiendo las transmisiones on-line, leyendo la Biblia, etc.